En los últimos años, la forma en que habitamos los espacios ha cobrado un protagonismo renovado. Cada vez más estudios demuestran que la arquitectura no solo moldea nuestro entorno, sino también nuestras emociones, nuestro bienestar... e incluso nuestros procesos cognitivos. Y es en este cruce entre ciencia y diseño donde se sitúa la neuroarquitectura, una disciplina que estudia cómo los espacios impactan directamente en nuestro cerebro y emociones.  Pero mucho antes de que la ciencia pusiera nombre a estos procesos, el Feng Shui ya proponía principios milenarios para armonizar los entornos y favorecer la energía vital.

Pero, ¿qué ocurre cuando estas dos visiones - una basada en evidencias científicas y otra de raíces simbólicas - se encuentran? Para profundizar en este diálogo entre la neuroarquitectura y el Feng Shui, hemos hablado con Sara Escolá, experta en esta filosofía oriental y defensora de una mirada integradora que une la sabiduría ancestral con los avances de la neurociencia. 

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Escolá nos ayuda a entender en qué puntos convergen estas dos disciplinas, cómo podemos aplicar sus principios de forma práctica en nuestras viviendas y qué elementos tienen un impacto real en la reducción del estrés o mejora del sueño. Un recorrido que invita a repensar la manera en que diseñamos y vivimos nuestros hogares. ¡Mira, mira!

Espacios conectados y serenos
Foto: Jordi Canosa | Proyecto e interiorismo: Pia Capdevila

PREGUNTA: El Feng Shui y la neuroarquitectura comparten una preocupación común: el bienestar de las personas en los espacios que habitan. Desde su experiencia, ¿en qué puntos convergen estas dos disciplinas y en qué se diferencian?

Cada una, a su manera, nos invita a mirar el entorno con más atención, a reconocer que los lugares no son solo escenarios donde sucede la vida, sino parte activa de ella. El Feng Shui, como arte ancestral oriental, lleva siglos observando cómo fluye la energía en un espacio y qué efecto tiene sobre el equilibrio de quienes lo habitan. No se trata de superstición ni de fórmulas mágicas, sino de sensibilidad, de comprensión profunda y de conciencia, para entender cómo la forma, la orientación, la luz o el vacío pueden acompañar (o dificultar) los procesos vitales.

La neuroarquitectura, en cambio, es una disciplina joven. Nació hace poco más de veinte años y se apoya en la ciencia para estudiar cómo los espacios afectan a nuestro sistema nervioso: cómo influyen en el sueño, el estado de ánimo, la atención o la respuesta al estrés. Se habla de luz natural, de recorridos interiores, de estímulos sensoriales que activan o apaciguan el cerebro.

Dos mesas para llenar el espacio
El Mueble

Lo interesante es que, aunque una venga del mundo de la visión interior y la conciencia y la otra del de los datos, muchas veces se encuentran en el mismo lugar. Aquello que el Feng Shui propone desde la observación ancestral (como no dormir con la cabeza bajo una viga, o cuidar lo primero que vemos al entrar en casa), hoy la neurociencia lo respalda con estudios que muestran cómo esos pequeños detalles impactan en nuestra percepción, nuestra seguridad o nuestra capacidad de descanso.

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P: La neuroarquitectura se apoya en evidencias científicas para comprender cómo los espacios influyen en el cerebro y las emociones. ¿Cómo dialoga esto con el enfoque más tradicional y simbólico del Feng Shui?

La neuroarquitectura basa sus propuestas en investigaciones científicas que permiten medir, por ejemplo, cómo cambia nuestra actividad cerebral al estar en un entorno luminoso o cómo se reduce el estrés cuando incorporamos materiales naturales o formas suaves en una estancia. Es una mirada valiosa, que ayuda a tomar conciencia de hasta qué punto los espacios condicionan nuestro estado mental y emocional.

El Feng Shui, al igual que la medicina tradicional china, la acupuntura o el Qi Gong, parte de una comprensión energética de la vida. En esta visión, el ser humano no está separado del entorno, sino que forma parte de un tejido dinámico, en constante intercambio con todo lo que lo rodea. El cuerpo, la mente, las emociones, el espacio y el tiempo (entre otros) forman un todo interrelacionado.

Puertas correderas acristaladas para unir espacios

Proyecto de la interiorista Elena Castells. 

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Más que datos, lo que estas disciplinas observan son patrones: flujos, ciclos, desequilibrios, armonías. El Qi —la energía vital— se considera el principio que anima la materia, y su circulación saludable es clave tanto para el bienestar del cuerpo como para la armonía de un espacio. Esta mirada no es menos rigurosa por no ser cuantificable. Simplemente opera desde otra lógica: una lógica que escucha, que observa a lo largo del tiempo, que reconoce los ritmos de la naturaleza como guía y entiende el espacio no como un fondo estático, sino como un campo vivo que también tiene influencia sobre la salud, las emociones y el destino.

Lo interesante es que, aunque una se basa en la experiencia sensible y la otra en la medición objetiva, muchas veces se encuentran en el mismo lugar. Aquello que el Feng Shui propone desde hace siglos (como no dormir bajo una viga o cuidar lo primero que vemos al entrar en casa) la neurociencia lo respalda con estudios que explican cómo estos pequeños gestos influyen en nuestra percepción, nuestra sensación de seguridad o nuestra capacidad de descanso. Dos caminos distintos que, al final, nos ayudan a mirar el espacio con más atención y a habitarlo con mayor conciencia.

P: ¿Qué elementos del Feng Shui considera más efectivos desde una perspectiva neurocientífica, por ejemplo, en la reducción del estrés o la mejora del sueño?

Muchos de los principios del Feng Shui que se han transmitido durante generaciones hoy empiezan a encontrar respaldo en estudios de neurociencia. La distribución del mobiliario, el tipo de luz, los colores o incluso lo primero que vemos al entrar en casa no son detalles menores: influyen directamente en cómo nos sentimos, cómo dormimos y cómo nos relacionamos con nuestro entorno. A continuación algunos ejemplos:

Después: un salón espacioso en madera y fibras naturales
@jallux_
  • Orientación y apoyo visual de la cama en Feng Shui: se recomienda que la cama esté orientada hacia una pared sólida, lejos de puertas o vigas expuestas. Esta posición transmite estabilidad y protección. Desde la neurociencia, se ha comprobado que configuraciones espaciales que nos exponen directamente (como dormir bajo una viga o frente a una puerta) pueden activar de forma inconsciente zonas del cerebro asociadas a la vigilancia, afectando la calidad del sueño.
  • Orden y espacios despejados: el Feng Shui considera el desorden como un bloqueo del flujo vital. La neuroarquitectura ha demostrado que el exceso de estímulos visuales aumenta la carga cognitiva, genera sensación de caos y dificulta la concentración. Un entorno ordenado favorece la claridad mental y reduce el estrés.
  • Formas, texturas y materiales: el Feng Shui valora los elementos naturales y las formas suaves, sin aristas pronunciadas. En este sentido, desde milenios nos ha advertido sobre cómo la presencia de objetos puntiagudos, esquinas pronunciadas o formas agresivas producen Sha Qi, energía desfavorable para la vida de lad personas. Hoy sabemos que estos elementos pueden generar microalertas en el sistema nervioso, provocando una respuesta de tensión o incomodidad mantenida en el tiempo. En cambio, las curvas, las texturas orgánicas y los materiales cálidos invitan al cuerpo a relajarse y al sistema límbico a interpretar el entorno como seguro.
  • Iluminación cálida y presencia de naturaleza: tanto el Feng Shui como la neuroarquitectura valoran la luz natural, las transiciones suaves entre zonas luminosas y oscuras, y el contacto visual con elementos naturales. Estas condiciones estimulan la producción de serotonina, mejoran el estado de ánimo y regulan los ritmos circadianos. Una planta bien colocada o una fuente de luz cálida al atardecer no solo embellecen: tienen efecto directo sobre el sistema nervioso.

P: ¿Podría darnos un ejemplo práctico de cómo integrar principios de Feng Shui y neuroarquitectura en una vivienda urbana contemporánea?

Salón comedor proyecto María Jose Navarro
Maria José Navarro Interiorismo

Imaginemos un piso en la ciudad, con una distribución muy habitual: la puerta de entrada se abre directamente al salón-comedor, sin transición ni filtro. Desde el Feng Shui, este tipo de disposición puede generar una pérdida de energía y una sensación de exposición excesiva. Desde la neuroarquitectura, se ha comprobado que esa falta de transición activa sutilmente el sistema de alerta y no permite al cuerpo entrar en modo descanso al llegar a casa.

Una solución sencilla y estética sería crear un pequeño umbral simbólico. Puede ser una celosía de madera, una estantería baja con objetos significativos o incluso una alfombra con una lámpara de pie que invite a la pausa. Lo importante no es dividir el espacio, sino tamizar el paso y dar al cuerpo (y a la energía) la señal de que ha llegado a un lugar seguro, algo fundamental tanto para el flujo del Qi como para la regulación sensorial.

Prescindir de las alfombras
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También es importante observar el recorrido visual. ¿Qué es lo primero que vemos al entrar? ¿Una pila de papeles, una pantalla encendida o una imagen que nos transmite calma? El Feng Shui da gran importancia a este punto de acceso. Las formas que nos rodean afectan directamente cómo nos movemos y cómo nos sentimos dentro de un espacio. Las líneas rectas y los ángulos marcados pueden ser funcionales, sí, pero no siempre son acogedores.

En cambio, los contornos redondeados, los recorridos suaves y las transiciones orgánicas entre los elementos invitan al cuerpo a relajarse, a desplazarse con más fluidez y a percibir el entorno como algo amable. Desde la neurociencia se ha comprobado que las formas curvas y suaves son percibidas por el sistema cognitivo como más seguras y agradables. Esto tiene un sentido evolutivo: lo afilado se asocia al peligro; lo redondeado, a lo que es accesible y no amenaza.

Aplicado al interiorismo, significa elegir mesas con esquinas curvas, espejos circulares, luminarias onduladas, e incluso pensar recorridos que no sean puramente lineales. Cuando el entorno fluye, el Qi fluye, y el cuerpo también. Otro punto clave son las proporciones del espacio. Techos bajos o ventanas pequeñas pueden parecer detalles menores, pero influyen directamente en nuestro estado fisiológico. 

Por último, los estímulos visuales también juegan un papel esencial. Todo lo que vemos, formas, texturas, contrastes, es procesado por el cerebro, que constantemente evalúa si lo que percibe es agradable, confuso o estresante. Por eso, revestimientos con patrones muy agresivos o contrastes excesivos pueden saturar el sistema visual, generar fatiga e incluso activar estados de alerta.

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P: Para quienes desean comenzar a aplicar estos principios en su casa sin hacer grandes reformas, ¿qué primeros pasos recomienda desde una visión que combine Feng Shui y neuroarquitectura?

No siempre es necesario hacer grandes reformas ni tener conocimientos avanzados para empezar a transformar el espacio poco a poco. Puedes empezar con unos sencillos cambios que, especialmente cuando se hacen con cariño y conciencia, ya se sienten en el día a día. Tanto el Feng Shui como la neuroarquitectura coinciden en esto: el bienestar no siempre está en lo espectacular, sino en los detalles cotidianos bien pensados.

  • Un primer paso puede ser revisar la entrada de casa, ese lugar por donde todo empieza. ¿Está despejada, iluminada, bien cuidada? En Feng Shui, este punto es clave porque representa la “Boca del Qi”: lo que entra, lo que nos nutre, lo que nos conecta con el exterior. Desde la neurociencia, también sabemos que un espacio de acceso ordenado y amable reduce el estrés de llegada y facilita la transición mental entre el mundo exterior y el hogar.
  • Otro gesto importante es cuidar lo que vemos al despertar y al acostarnos. En esos momentos en que estamos más abiertos y receptivos, el entorno deja una huella emocional sutil. Evitar pantallas, desorden o estímulos visuales caóticos, y en su lugar colocar algo que nos inspire calma (una imagen, una planta, una luz tenue) puede cambiar la manera en que empezamos o terminamos el día.
  • También se puede regular la iluminación: usar luces cálidas por la tarde, encender solo lo necesario o jugar con lámparas indirectas que acompañen al cuerpo en su ritmo natural. Y, por supuesto, abrir ventanas, dejar que entre el aire, mover objetos que llevan tiempo estancados, crear rincones de pausa, aunque sean pequeños.
  • Incorporar plantas en zonas con buena luz natural es una forma sencilla y poderosa de activar la vida en el espacio. No se trata solo de decorar, sino de crear vínculos con lo vivo. Una planta sana, bien ubicada, nos transmite vitalidad, frescura y presencia. Incluso puede ayudarte a suavizar formas duras o esquinas demasiado marcadas: en Feng Shui, eso también es armonizar.
  • Evitar la monotonía visual es otra clave. El exceso de uniformidad puede apagar los sentidos. Introducir variaciones sutiles de color, textura o ritmo visual, siempre sin sobrecargar, mantiene la atención relajada y despierta.
  • Y si el espacio lo permite, favorecer recorridos con intención en lugar de trayectorias demasiado rígidas o automáticas: un pequeño desvío, una curva, un objeto que invite a la pausa puede cambiar la experiencia de movimiento y devolver al cuerpo esa sensación de estar “presente”.

No se trata de seguir reglas estrictas, sino de empezar a habitar con más conciencia, reconociendo que el espacio no es algo externo a nosotras, sino un espejo silencioso de cómo estamos por dentro. Cuidarlo es, en parte, cuidarnos.

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